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CRÍTICA

ENTRE LA DERROTA Y LA SOSPECHA: ¿QUÉ VINO REALMENTE A HACER GARECA?

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Una mirada sin vendas al bochorno de La Roja

Ricardo Gareca no vino a levantar a Chile. Vino a algo mucho más simple y más rentable: a lucrar con el cadáver de nuestra selección. No vino a renovar ni a formar, vino a consumir lo que queda de gloria, a estirar los minutos de un pasado que se estancó en las vitrinas.

Porque no se trata solo de perder. Se trata de cómo se pierde: sin ideas, sin hambre, sin sangre. Gareca ha convertido a La Roja en una fotocopia deslavada de Perú, un equipo sin coraje, sin plan, y sin propósito. ¿Y qué hace él mientras tanto? Balbucea en conferencias, agradece el apoyo, y repite lo mismo que cualquier chatbot podría decir.

¿Ignorancia o sabotaje?

¿De verdad alguien puede creer que un tipo con su recorrido no sabe que Alexis no puede jugar solo arriba a 4.000 metros de altura? ¿Que llevar a los mismos de siempre, sin piernas ni convicción, es apostar por el futuro?

¿Y si no es ignorancia? ¿Y si lo que estamos viendo no es incompetencia sino un plan deliberado de desgaste? Piénsalo.

Chile es una selección incómoda cuando está bien: arruina esquemas, gana títulos, altera el orden sudamericano. Y hoy, está reducida a una caricatura de lo que fue. ¿Casualidad? ¿O parte de una estrategia más amplia, regional, donde la mediocridad se instala a través de “técnicos de prestigio” que vienen a ordenar la mesa para otros?

¿Quién lo eligió? ¿Quién gana con su fracaso?

Ricardo Gareca no se puso solo en la banca. Alguien lo trajo. Alguien lo validó. Y probablemente alguien se beneficia de que Chile no clasifique al Mundial. Porque no clasificar no solo es deportivo: es menos inversión, menos infraestructura, menos identidad nacional. Menos resistencia.

Gareca no es el único culpable, pero sí es la cara visible de una decadencia premeditada. Vino a cobrar, a sobrevivir con su prestigio y a dejarnos peor de lo que nos encontró. Lo molesto no es el resultado con Bolivia. Lo molesto es que hay gente que aún cree que esto es solo fútbol.

¿Y tú, lector, te vas a seguir tragando el discurso?

Esto no es solo perder un partido. Es perder el alma, el espíritu competitivo, es perder la creencia del concepto podemos que estos últimos años nos ha identificado. Es la consolidación de un proceso de entrega silenciosa, donde hasta la pasión nacional es administrada por técnicos fríos y dirigencias sumisas.

Y mientras tanto, Gareca sigue cobrando.

CHILE, EL ESTADO QUE NO SE TOCA: UNA REPÚBLICA EN PILOTO AUTOMÁTICO

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Editorial RancaguaTV


 

Hay un elefante en la habitación, y huele a papel quemado, a promesas rotas, a Constitución fósil. Chile vive bajo el espejismo de un Estado moderno, pero debajo del barniz democrático, lo que existe es una estructura petrificada, intocable, diseñada para auto-perpetuarse.

Los impuestos suben, el dinero vale cada vez menos, y mientras la inflación ahoga a las familias, los discursos políticos flotan en un limbo desconectado. El Congreso legisla a ciegas, la burocracia se alimenta a sí misma, y la élite económica, esa que nunca pierde, ajusta las cuerdas de su marioneta con una mano mientras con la otra financia fundaciones "sin fines de lucro".

Y nadie, nadie, se atreve a hablar de una reingeniería del Estado. ¿Por qué? Porque tocar al Estado chileno es tocar al poder real. Y el poder real no debate: se protege, se disfraza, se disuelve en tecnicismos, en reformas graduales, en excusas eternas.

Mientras tanto, el pueblo vive en la trampa: elegir entre lo mismo con otro nombre. Se nos vendió el sueño del cambio constitucional, pero terminó en un proceso domesticado, manejado por los mismos grupos que temen que el pueblo tenga realmente voz.

El sistema no está en crisis: el sistema es la crisis.

Y en medio de ese pantano, las vacas sagradas del sistema jurídico se pasean como si el país les perteneciera. Ministros, jueces y fiscales con denuncias en curso, con vínculos a empresas, a partidos, a operaciones de encubrimiento. Funcionarios que aparecen en informes internos, en auditorías, en grabaciones. Pero que jamás enfrentan a la justicia porque ellos son la justicia. Ellos hacen y deshacen, blindados por el silencio institucional y la complicidad de sus pares.

Y mientras tanto, el ciudadano común se muere esperando una hora médica. El sistema de salud pública es un campo de batalla donde la vida depende de la suerte. Una cirugía puede demorar años, los medicamentos son impagables, y las listas de espera se inflan con cifras maquilladas para que los ministros salgan bien en la prensa. La salud, en Chile, no es un derecho: es un privilegio disfrazado de política pública.

Y cuando el malestar crece, ahí aparecen las encuestas truchas, esos oráculos modernos que, lejos de medir la realidad, la fabrican. Empresas ligadas al poder, operadores políticos convertidos en analistas, índices manipulados para crear climas artificiales de estabilidad, de apoyo o de miedo. La opinión pública es moldeada como arcilla, no para reflejar lo que el país siente, sino para convencerlo de que está equivocado.

Y lo más oscuro: la seguridad pública se ha convertido en un botín político. El narcotráfico se mimetiza con barrios abandonados por el Estado. Las policías, muchas veces sin recursos ni respaldo real, enfrentan redes delictuales que operan con tecnología, armas y protección política. Hay comunas enteras donde el miedo gobierna más que la ley. Y cuando la violencia estalla, el discurso oficial pide “paciencia” mientras se arman comisiones de seguridad que no llegan a nada. Carabineros y policías de investigaciones son instrumentalizados según la agenda del día, mientras los verdaderos jefes del crimen siguen en la sombra.

La ciudadanía ya no exige solo justicia o igualdad: exige protección, y el Estado no la ofrece. Solo entrega excusas, mientras sus propios actores —algunos— son parte del problema.

Todo eso es parte de lo mismo. Un aparato diseñado no para servir al pueblo, sino para administrarlo, contenerlo, anestesiarlo. Pero ya no alcanza con parches. No se trata de cambiar los rostros: se trata de cambiar la lógica. De desmontar un sistema que premia al que abusa y castiga al que denuncia. Un sistema que necesita ser desnudado, expuesto y reconstruido desde la base.

Es hora de un verdadero cambio de equipo.

LA TELEVISIÓN ABIERTA CHILENA: UNA ERA QUE SE APAGA FRENTE AL AVANCE DE LOS MEDIOS DIGITALES

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Mientras la televisión abierta colapsa y el canal nacional necesita más de 24 mil millones solo para sobrevivir, los medios digitales regionales demuestran eficiencia, compromiso y cercanía territorial sin apoyo estatal. ¿Por qué no invertir en el futuro en vez de seguir financiando el pasado?

 


Durante décadas, la televisión abierta en Chile fue el principal canal de información, cultura y entretención. Sin embargo, su modelo está colapsando. TVN, el canal estatal que debía representar a todos los chilenos, es hoy el símbolo de una crisis estructural profunda: una política de sueldos exorbitantes, una desconexión con las verdaderas necesidades del país y una falta de visión frente al nuevo ecosistema mediático lo han llevado prácticamente a la quiebra. ¿Cómo se justifica que en un canal que arrastra pérdidas millonarias, algunos rostros y periodistas sigan recibiendo sueldos de millones, mientras el contenido decae y las audiencias migran a la internet?

Hoy en la nueva realidad de los medios de comunicación, los grandes canales siguen operando con estructuras pesadas, desconectadas y anacrónicas. TVN, que requiere más de 24.000 millones de pesos solo para mantenerse a flote hasta 2026.

Pero este no es solo un problema de TVN, sino de un modelo completo de televisión que se niega a morir, pidiendo millones de pesos para sostener rostros caros, contenidos reciclados y un centralismo mediático que excluye a las regiones.

Esta situación evidencia que el viejo modelo de televisión abierta no sólo está agotado, sino que también está siendo sostenido artificialmente, mientras el país entero avanza hacia nuevas formas de comunicación. Hoy, los medios digitales independientes han tomado la delantera: informan en tiempo real, tienen cercanía territorial y comunitaria, y operan con costos mínimos y esfuerzos humanos enormes. Sin embargo, enfrentan una barrera estructural aún más grave: el abandono económico del Estado.
 
¿Qué se podría hacer con esos mismos 24.000 millones? La respuesta es clara: se podrían crear dos canales digitales profesionales por cada región del país. Con equipos locales, periodistas comprometidos, producción propia, contenido cultural, educativo y comunitario. Canales modernos, eficientes, conectados con las realidades territoriales, que informen desde el lugar donde ocurren las noticias.
Es hora de que Chile deje de subsidiar medios obsoletos y comience a apoyar a quienes realmente sostienen la comunicación en regiones y territorios. Medios como www.rancaguatv.cl, uno de los primeros digitales de la Región de O’Higgins, llevan años informando con compromiso, sin respaldo financiero, bloqueados por un sistema que privilegia a las grandes cadenas mientras deja en el olvido a quienes hacen patria desde las comunicaciones locales.

El llamado es claro: el Estado debe reorientar su mirada. Si se quiere fortalecer la democracia, la descentralización y la pluralidad informativa, debe apoyar a los medios que han resistido sin favores ni privilegios. La televisión abierta se apaga; lo que se viene —y ya está ocurriendo— es la consolidación de los medios digitales. Y es hora de que las políticas públicas lo comprendan.

¿HASTA CUÁNDO SEGUIREMOS ENTREGANDO LA CAMISETA? UNA CRÍTICA NECESARIA AL FÚTBOL CHILENO

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Esta no es solo una crítica de un medio, es el eco del sentir popular. Cada vez son más los chilenos que se cansan de la improvisación, del reciclaje de técnicos extranjeros, y del abandono de nuestros verdaderos talentos nuevos. Esta nota expresa el hartazgo de una sociedad que exige cambios reales en el fútbol chileno, y no más parches mientras seguimos dependiendo de milagros.


Chile será sede del próximo Mundial Sub-20, pero ¿de qué nos sirve ser anfitriones si seguimos siendo visitantes en nuestro propio fútbol?

Una vez más, la dirección técnica de la selección mayor está en manos de un entrenador argentino. Una vez más, perdemos con Argentina. Una vez más, nos aferramos a fórmulas externas como si no tuviéramos identidad, ni memoria, ni talentos propios.

¿Dónde está Manuel Pellegrini?
El técnico más exitoso de nuestra historia sigue ignorado por una dirigencia que prefiere el compadrazgo, el negocio fácil y la continuidad de un modelo que ya no da para más. Pellegrini no es solo un entrenador: es un pensador del fútbol, alguien que viene diciendo hace años que Chile necesita una reingeniería profunda, un golpe de realidad y limpieza institucional.

El fútbol chileno está capturado.
No es por falta de ideas ni pasión, sino por estructuras desgastadas y dirigentes que han tratado al fútbol como un negocio personal. Una ANFP que ha preferido mirar siempre hacia afuera en vez de fortalecer el deporte desde adentro, buscando soluciones externas que solo mantienen un sistema opaco y alejado de la ética. Mientras tanto, el fútbol chileno sigue estancado, víctima de una gestión que prioriza intereses propios sobre el desarrollo real y el bienestar de quienes aman este deporte.

El Mundial Sub-20 debería ser una oportunidad de oro. Pero si no hay un cambio real, será solo otro evento bonito en la superficie, con el mismo vacío estructural debajo.

Y como si fuera poco… ahora dependemos de un milagro para clasificar al Mundial adulto.
Ni el alma, ni la garra, ni el recambio: solo rezar para que otros pierdan. Esa es la realidad de una selección sin rumbo y de un país futbolero que merece mucho más.

Basta de parches. Basta de entrenadores reciclados. Basta de argentinos que vienen a probar suerte con nosotros mientras perdemos con ellos.

Chile necesita un nuevo proyecto. 
Chile necesita su dignidad futbolística.
Chile necesita coraje que identifica nuestra raza.

Ha llegado el momento de romper con lo viejo, con lo fracasado, y levantar con orgullo lo que es nuestro. Porque la historia nos ha regalado un legado glorioso que, aunque nuestra idiosincrasia a veces lo niegue o no permita decirlo, sigue latiendo fuerte en el corazón de cada chileno. Aquí, en tierras sudamericanas, alguna vez dejamos llorando a la estrella más grande del futbol actual, ganamos por desquite y demostramos que, aunque no nos aprecien, sabemos dar la batalla cuando nos encontramos en los potreros de la vida.

Nos levantamos una y otra vez, con la frente en alto, y llegamos a la cima con fuerza y dignidad. No olvidemos que hemos sido campeones dos veces de la Copa América, títulos que no solo son trofeos, sino símbolo de nuestra garra y pasión. Somos un país forjado en la pasión, con un alma guerrera y un fuego eterno que no se apaga.

Este es el instante sagrado para despertar esa fuerza, para gritar con el alma que Chile no solo quiere ganar, sino que está destinado a hacerlo. Con coraje, con garra, con un amor que trasciende generaciones. Porque el fútbol chileno es más que un juego: es nuestra bandera, nuestro orgullo y nuestro destino.

Y es ahora, más que nunca, la hora del cambio. Quizás una nueva dirigencia para el fútbol chileno, una nueva dirigencia que realmetne quiera la bandera chilena, una dirigencia con sed de triunfo, que entienda el valor de lo propio y no de lo extranjero, que luche por la transparencia y que se comprometa de verdad con el futuro de nuestro deporte. Porque Chile merece un fútbol grande, limpio y ganador. ¡Es tiempo de levantar la copa de la esperanza y escribir una nueva historia ahora!


Editorial RancaguaTV

CHIQUI AGUAYO Y EL OCASO DEL HUMOR EN CHILE: ENTRE LA IRREVERENCIA Y LA PROVOCACIÓN

 CHIQUI AGUAYO Festival del Huaso de Olmué 2019 2019 01 19 18Imagen de Carlos Figueroa Rojas, disponible en Wikimedia Commons bajo licencia CC BY-SA 4.0, >enlace de la imagen / Por www.rancaguatv.cl


 

La comedia en Chile ha experimentado un declive progresivo en los últimos años, y pocos exponentes reflejan esta decadencia con tanta claridad como Chiqui Aguayo. Su presentación en el Festival de Viña del Mar fue el epítome de lo que muchos consideran el ocaso del humor: una mezcla de vulgaridad, garabatos y provocaciones disfrazadas de irreverencia.

Lejos de la agudeza y el ingenio que caracterizaron a grandes humoristas del pasado, Aguayo opta por el camino fácil del humor escatológico, las anécdotas burdas y las referencias sexuales explícitas. Su estilo no busca construir una crítica social perspicaz ni desarrollar un relato cómico trabajado, sino simplemente apelar al impacto inmediato a través de la grosería.

El público de Viña, acostumbrado a espectáculos de nivel internacional, ha sido testigo en los últimos años de cómo el escenario más importante de Chile se ha convertido en un escaparate de la mediocridad. Los estándares han caído, y el Festival, que alguna vez acogió a verdaderos genios de la comedia, hoy abre sus puertas a exponentes cuyo mayor mérito es la transgresión sin contenido.

El problema de fondo no es Chiqui Aguayo en sí, sino lo que representa: una cultura donde lo burdo reemplaza a lo inteligente, donde la grosería sustituye al ingenio y donde la provocación gratuita se confunde con humor. Su éxito no es sino un reflejo de una sociedad que ha ido normalizando la mediocridad y elevándola a categoría de espectáculo.

El humor es un arte. Requiere talento, timing, creatividad y profundidad. No se trata de censurar la irreverencia, sino de exigir calidad y contenido. Lamentablemente, mientras exponentes como Aguayo sigan ocupando los escenarios más importantes del país, el humor chileno seguirá sumido en una espiral descendente donde la risa es fácil, pero el arte brilla por su ausencia.