Desde el alma de una mujer que cambió los números por el fuego del cacao, nace una chocolatería donde cada bocado es memoria, arte y destino. Claudica Troncoso no sólo crea dulces: construye relatos que derriten el tiempo y abrigan el alma.
Por: Exequiel Aleu Monasterio
En un espacio silencioso de Avenida Membrillar, donde el invierno se posa sin pedir permiso, hay un local que parece resistir el frío con una sola arma: el calor del chocolate. Se llama Clode, un nombre con resonancia francesa, pero con alma chilena. Es la síntesis de “Claudia” —en versión afrancesada— y el reflejo de un legado familiar que derretía dulzura en silencio desde hace años, y cuyos aromas hoy despiertan memorias y sabores que evocan historias.
Claudia Troncoso Fuenzalida, su fundadora, no siempre se dedicó al chocolate. Su historia comienza en la contabilidad, en oficinas donde los números no dejaban espacio al alma. Pero hubo un momento —impulsado por el amor de su madre— donde todo cambió. Un simple curso de cocina encendió una llama. Sin saber cocinar, pero con una intuición moldeada por la observación de sus padres, Claudica descubrió que su lugar no estaba tras un escritorio... sino entre aromas, texturas y la alquimia del cacao.
“Esto nació por necesidad, pero también por herencia emocional”, nos dice con sinceridad. Y esa mezcla —entre impulso y pasión— es la que se respira al entrar a Clode. Porque esta no es una chocolatería cualquiera: es un pequeño santuario del sabor, donde el producto estrella es el alfajor artesanal, hecho con manos que aprendieron observando y perfeccionaron con años de estudio y ferias de emprendimiento.
Más que chocolate: una experiencia
Clode no sólo ofrece bombones, barritas o tazas humeantes. Ofrece una experiencia. Desde la atención —inspirada en la calidez con la que su padre trataba a los clientes— hasta los rellenos propios que han logrado identidad propia. Aquí no hay chocolate genérico. Cada producto tiene carácter, tiene una historia.
En su local, cuidadosamente diseñado con estética vintage y detalles modernos, cada elemento está pensado. “El local está enfocado en el amor al chocolate, por eso los colores, los adornos, todo habla de ese cariño”, nos dice. Y lo cierto es que se siente: hay una armonía entre lo visual, lo aromático y lo emocional. Una estética que no busca parecer europea, sino que rescata lo esencial y lo auténtico.
El sabor que vuelve
En un país donde recién se empieza a educar el paladar chocolatero, Clode se ha convertido en un punto de referencia. Aquí se encuentra chocolate blanco de cacao real, semiamargo al 62% —el más usado por Claudica— y un exquisito chocolate al 100% de cacao, ideal para quienes buscan intensidad y salud.
“La gente está aprendiendo, como pasó con el café. Al principio todos tomaban café de tarro… ahora buscan granos, origen, sabor. Con el chocolate va a pasar lo mismo”, afirma. Y ella lo sabe porque lo vivió en Bariloche, donde estudió y se empapó de esa cultura chocolatera. “Allá hay 3 o 4 chocolaterías por cuadra y todas funcionan. Acá estamos recién comenzando”.
El chocolate caliente de Clode se ha transformado en una joya invernal. Se sirve en tres variedades —blanco, 62% y 100% cacao— y siempre con leche, nunca con agua. “La leche emulsiona el cacao. El agua no lo activa igual”, explica, con ese tono de quien aprendió a fuerza de prueba, error y pasión. El precio es justo: $3.600 por una taza de chocolate al 100% cacao, un valor inferior al de muchas cadenas que ofrecen menos y cobran más.
El sueño de producir su propio chocolate
Pero Claudia no se queda en el mostrador. Ya tiene la mira puesta en el futuro: producir su propio chocolate desde el grano, trayendo cacao desde Brasil o Perú, y procesándolo en Chile bajo la marca Clode. “Ese es mi sueño en dos años. Que el chocolate no sólo sea preparado por mí, sino hecho desde el origen”, declara con convicción.
Este sueño no es inalcanzable. Su recorrido por ferias, su constancia y el boca a boca que ha hecho crecer a Clode son prueba de ello. Su hija fue clave para que diera el paso, la empujó a vencer la vergüenza y a pararse en público. Hoy, esa misma mujer que tenía miedo de vender, dirige una chocolatería con alma y proyección.
Una invitación abierta al corazón del sabor
La invitación está hecha. Visitar Clode es más que comprar un chocolate: es entrar en un relato de esfuerzo, de cariño, de resiliencia. Es reconocer que hay sabores que no se encuentran en supermercados, sino en rincones pequeños que laten fuerte.
Chocolatería Clode
Membrillar 230, Edificio Focus, Local 6
Instagram: @clodechocolateria
WhatsApp: +56 9 9640 7678
Próximamente: www.chocolateríaclode.cl
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